miércoles, 13 de mayo de 2009

Enrique Pineda Barnet estrena

su último filme: La anunciación, un filme hasta el fondo del alma. Merecedor del Premio Goya por su cinta La bella del Alhambra.















Por María Laura Riba

Pineda Barnet proviene de una familia aristocrática, en cuyo seno comenzó a gestarse en él la rebeldía y el ansia de vivir bajo iguales condiciones para todos. Fue el primer maestro voluntario en la Sierra Maestra al triunfo de la Revolución; pero no le fue fácil llegar hasta allí. “En mi casa, de niño, mi padrastro era político, incluso llegó a ser senador de la República.

Enrique Pineda Barnet es uno de los cineastas más representativos de la fílmica cubana. Merecedor del premio Goya (España), Premio Nacional de Cine 2008 y considerado por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de España, precursor del Cine Arte Contemporáneo, Pineda Barnet recibió a CubaNow en su casa de El Vedado (La Habana). Fiel a sus sueños -a los que tuvo y a los que aún conserva-, es sincero en sus palabras. Hace alrededor de 50 años que trabaja en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Su vida ya es parte de la historia y cultura del país.

Pineda Barnet proviene de una familia aristocrática, en cuyo seno comenzó a gestarse en él la rebeldía y el ansia de vivir bajo iguales condiciones para todos. Fue el primer maestro voluntario en la Sierra Maestra al triunfo de la Revolución; pero no le fue fácil llegar hasta allí. “En mi casa, de niño, mi padrastro era político, incluso llegó a ser senador de la República.

Por donde quiera había fusiles, ametralladoras, revólveres. Yo detestaba ese mundo de violencia. Mi casa era una residencia, aquí en el reparto de El Vedado, calle 15 esquina 4; y en el garaje de la casa se instalaban los colegios electorales para las votaciones.

Ahí vi los fraudes, las trampas, los disfraces para votar. Yo detestaba la política, por tanto no leía los periódicos; costumbre que mantengo porque durante un tiempo me dolía tanto la violencia que decidí no leerlos más. Declaración horrible en un periodista, porque soy periodista y fundador de la UPEC (Unión de Periodistas de Cuba)”.

Esos deseos tan fuertes de no volver a leer un periódico, lo llevó a ignorar acontecimientos históricos que estaban ocurriendo en su país: “Por supuesto que sabía lo que había sido la Revolución del 30, conocía la Historia del país; pero nunca había abierto la revista Bohemia en la página que decía “asaltó el Moncada un grupo de soldados…”, aquello estaba tan raro que un día, estando en mi lugar de trabajo, voy de repente al baño y veo unos papeles que me llaman la atención.

Entonces le digo a mi novia que tenía una cabeza muy adelante: “Yanina, qué cosa más rara”; ella me responde:“Esa es La Historia me absolverá, las palabras de Fidel Castro defendiéndose en el juicio del Moncada”. Yo pregunté: “¿Cuándo?”, y ella me dijo:“Estamos en 1957 y no sabes que Fidel Castro asaltó el cuartel Moncada en 1953".

Y realmente, hoy lo puedo decir: no lo sabía. Esta información tardía me ha tejido un sentimiento de culpa muy fuerte. Me sentí muy mal porque un tipo que está contra la discriminación racial, que está contra la diferencia de clases, que está contra la inmoralidad, politiquería, etc. no se entera que hay una Revolución que ha estallado por allá.

Me hizo sentir muy avergonzado. Eso fue mi movilidad: me metí en el Movimiento 26 de Julio ese mismo día, y ese mismo día, mi apartamento en el Malecón -que era el apartamento de un joven publicitario próspero-, se convirtió en centro de reuniones clandestinas. Vendí bonos, hacía paquetes con ropa, con comida, con todo, y los trasladaba en un carro de última moda, convertible. Era un pepillo de esos bien vestidos. Yo pasaba por donde estaba el buró de Investigaciones, que era una fortaleza muy grande de (Fulgencio) Batista, con los soldados en la puerta; yo iba con el radio a todo meter, les decía adiós a los soldados; es decir, que me gustaba transgredir”.

Hijo de madre desheredada por haberse divorciado a los 18 años y quedarse sola con él, un niño de cinco años, fueron a vivir a la casa de una tía rica. “Mi madre era una prostituta por estar divorciada en un país, donde la Ley de divorcio había sido legalizada apenas 15 años atrás. Mi madrina, la tía de mi madre, una mujer inteligente, era la dueña de lo que hoy se llama El Gato Tuerto (local nocturno donde se presentan diferentes cantantes), pero que en ese momento era su casa, y ahí vivimos hasta que mi mamá se casó de nuevo”.

Enrique pasó de aristócrata a clandestino en la época del dictador Fulgencio Batista, de joven publicitario a maestro voluntario en la Sierra Maestra, a interventor en un ingenio azucarero, a secretario de la delegación que acompañó a Ernesto Che Guevara a Uruguay, hasta que por fin, después de tanto andar, volvió a crear, esta vez como cineasta. Pero sobre todo es una persona respetada, amada y admirada por gente de diferentes generaciones.

CN.- Para muchos usted es considerado un “maestro”, y de hecho lo fue y lo es. ¿Cuándo se sintió “maestro”?

EPB.- En mi caso ocurrió que yo no sabía que era maestro. Había sido profesor de redacción de textos comerciales en la Escuela Nacional de Publicidad porque yo trabajaba en publicidad: hacía cine, radio, TV. Entonces me llamaron para ver si quería dar clases de producción de textos comerciales, generar campañas publicitarias, cosas muy creativas. Y me sentí muy bien. Me encantó: no sabía que me gustaba tanto enseñar.

CN.- De ser un joven próspero, publicista, ¿cómo cree que surgió en usted ese espíritu sensible y rebelde que todavía lo acompaña?

EPB.- Cuando joven, había tenido una experiencia con una muchacha prostituta que quería ser cantante. Había sido un gran amor para mí, y la vida me premió porque ella llegó a ser una gran cantante conocida. Yo ya tenía amigos negros; en ese medio, en mi mundo, eso no se aceptaba. Ya había visitado mucho los barrios de indigentes porque trabajaba anunciando jabón de lavar, y por lo tanto, para hacer mis investigaciones de mercado, tenía que ir de saco, cuello y corbata, pero a los barrios marginales. Digo esto no para tomar galas de haber vivido como un aristócrata, sino porque en mi vida como aristócrata me vinculaba con la miseria, y esa fue mi clase del capital: la confrontación real de la vida de la aristocracia y la miseria, la discriminación y la vida de los negros, de la moralina hipócrita de una sociedad hipócrita contra las pobres prostitutas que morían de hambre con un alma de artista y no podían hacerse artistas realmente. Nada, que yo ya llevaba en el alma un espíritu de rebeldía.

CN.- ¿Y el cine cuándo llega?

EPB.- También frecuentaba grupos de jóvenes aficionados que querían hacer cine. Estuve en las reuniones de los parques, de la Universidad, en las clases de Valdés Rodríguez. Fui fundador de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo en 1950. Todavía no tenía 17 años. Me llevó José Massip (cineasta cubano). Yo no tenía conciencia política en ese tiempo. Pero me hice allí amigo de pintores, dramaturgos, escritores, gente que me gustaba y pensaba un poco como yo, aunque después me daba cuenta de que no todos pensaban igual, entonces ahí me gustaba más.

CN.- ¿Cuándo y cómo se convirtió en maestro voluntario en la Sierra?

EPB.- Triunfó la Revolución (1959), entonces Alfredo Guevara (primer presidente del ICAIC), Massip, Titón (Tomás Gutiérrez Alea, cineasta cubano), me llamaron y me dijeron: “Ven, vamos a fundar el ICAIC”, y yo dije: “No, no. Ese es un sueño que yo no me he ganado”. Entonces empiezo a conspirar con una amiga que tenía una relación con un artista que estaba en la Sierra para ir allá. Y cuando tuve preparado todo para ir y se lo dije a mi madre, ella me dijo: “¡Loco! ¡Te vas a meter en eso!”. Después habló donde yo trabajaba y ellos me dijeron que me daban una licencia indefinida sin goce de sueldo. Yo ya tenía preparado mi expediente.

Entonces un día estoy viendo en mi casa la televisión en compañía del fotógrafo Alberto Korda y su esposa, que era modelo de Vogue. Estábamos bromeando y Korda me dice: “Te vamos a dar una gran noticia: mi mujer está embarazada”. Era un ambiente de celebración. De repente aparece Fidel en la TV diciendo que necesitaban maestros voluntarios para la Sierra Maestra, con cierta preparación cultural, mayores de 17, 18 años. Enseguida pensé que él estaba pidiendo lo que yo quería. Entonces dejo a Korda y a su mujer en la sala y me fui adonde estaba Fidel. Había un soldadito en la puerta y le doy mi expediente. Cuando llego a mi casa -que estaba a una cuadra-, en la televisión veo a Fidel con mi expediente en la mano diciendo: “Aquí llegó el primer maestro voluntario”.

Y después de estar en la Sierra por casi dos años, Pineda Barnet, fue seleccionado entre 82 maestros, los reunieron y les comunicaron que se habían nacionalizado las industrias. Fue así que quedó designado como administrador interventor de un central azucarero “que resultó ser un coloso”, señala.: “Yo estaba espantado porque nunca había administrado ni mi propio dinero.

No obstante hice la primera Zafra del Pueblo y cuando terminó me mandan a buscar de nuevo. Era para el MINREX (Ministerio del Exterior), y me nombran encargado de Negocios de Cuba en el Uruguay. El gobierno uruguayo quería romper relaciones con Cuba en ese momento”. Y como se esperaba, le niegan el agreement. Esa negativa llega a oídos de Che Guevara, y cuenta Pineda Barnet que el Che dijo: “¡Ah! ¿No le dieron el agreement? Entonces ahora te vamos a llevar como secretario de la delegación”. Y así Enrique viajó a Uruguay. Al volver, “las obligaciones políticas eran tan fuertes que tuve dificultades incomodísimas y me fui al ICAIC y busqué a mis amigos de siempre”.

CN.- ¿Cuál fue su primer trabajo en el ICAIC?

EPB.- Empecé como director de Enciclopedia Popular. Ahí hice documentales de figuras de la cultura cubana, temas históricos. Dentro de Enciclopedia Popular estaba haciendo el guión de Crónica Cubana con Dragún (dramaturgo argentino) y Ulibe (uruguayo). Es cuando hago Aire Frío con Raúl Rodríguez. Él y yo quisimos hacer una colección de teatro, entonces nos fuimos a ver la puesta en escena de Aire Frío, de Virgilio Piñera (escritor y dramaturgo cubano), y la filmamos. A la semana siguiente fuimos al teatro Mella donde estaba Vicente Revuelta poniendo Fuenteovejuna.

Filmamos muchas cosas, algunas me las dejaron terminar y otras me las cortaron. Entonces, por esa misma época (Alfredo Guevara), el presidente del organismo del cine, me llama. Tenía un rollo de mil pies de película color de una firma que se la habían dado como prueba. Yo me volví loco con aquello. Ahí comienzo a filmar todo el material que podía tener Sandú Darié que era un rumano que estaba establecido en Cuba; un artista plástico que hacía obras cinéticas. Lo filmamos e hice un corto que se llama Cosmorama. El año pasado me llamaron del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (España) para decirme que Cosmorama había sido el precursor del movimiento de Cine Arte Contemporáneo. Eso para mí fue una gran sorpresa. Abrieron un stand nuevo en el museo para ponerlo.

CN.- Después de tanto filmar, ¿ya se siente director?

EPB.- Todavía no. Quería hacer estas cosas, por eso en una época realicé el ballet Giselle. Hice toda una investigación, una dramaturgia, hice un guión técnico literario de Giselle y salió una película de ficción con algunos elementos documentales. Fue una experiencia muy fuerte y la convertimos en una experiencia plástica.

CN.- ¿Cuál cree que hubiera sido su camino si no hubiera entrado al ICAIC?

EPB.- Si no hubiera estado todos estos años en el ICAIC, creo que me hubiera ido otra vez para la Sierra y me hubiera quedado mucho tiempo, años posiblemente, porque en la Sierra fui muy feliz. En el ingenio azucarero me sentí muy incómodo y en el MINREX fui muy desdichado.

CN.- ¿Y en el ICAIC?

EPB.- El ICAIC es crear. El problema mío es siempre crear.

CN.- ¿Tuvo o tiene directores cubanos preferidos?

EPB.- Yo tenía que ver de todo un poquito porque, como empecé por arriba de las ramas, -nunca fue asistente de dirección, peldaño obligado en los primeros años del ICAIC. Comienzo directamente como director- ninguno se me convertía en paradigma. Tuve colegas muy jóvenes siempre. Con algunos tenía más afinidad que con otros, y por temporadas. Tenía mucha afinidad con Manuel Octavio Gómez, después con Humberto Solás. Era muy amigo de Titón, pero después ya no tuvimos demasiada relación hasta que volvimos a relacionarnos muchos años después. Con quien más he tenido afinidad ha sido con Fernando Pérez: le tengo una admiración muy especial. Es un creador, realmente. Con Madagascar (filme de Pérez), me quité el sombrero.

CN.- Al trabajar por tantos años en el Instituto, también le tocó vivir diferentes momentos históricos, como el denominado Quinquenio Gris -años de controversia, a partir de 1968, durante los que se persiguió la homosexualidad y cualquier crítica constructiva podía ser tomada como un acto contrarrevolucionario; años que quedaron superados-. ¿Cómo cree que transcurrió el ICAIC por ese período?

CN.- El ICAIC, en ese momento, supo bandearse con bastante habilidad. De todos modos, hoy por hoy, calificar qué fue el Quinquenio Gris, cómo se produjo, hasta dónde me afectó, te diría, realmente, que inmensamente. Destruyó mi esperanza, mi fe, mi sueño. No hay nada más terrible que destruir un sueño.

CN.- ¿Y el denominado ‘Período Especial’ -crisis socioeconómica originada por la disolución de la Unión Soviética, principal aliada de Cuba, sumada al bloqueo estadounidense que persiste desde 1962-?

EPB.- En realidad, en el Período Especial me salvé a medias, ‘por una tablita’ porque termino La Bella del Alhambra en 1989. Esta película que se estrena en un aniversario de la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba), en el cine Yara, se convierte, para mi sorpresa, en una eclosión. Me salvé en una tablita porque me voy a España, allí recibo el Goya (calificado como el premio Oscar español), que tampoco lo esperaba. Después del Goya vino un viaje a Miami, y de Miami a New York y luego voy a Puerto Rico. Allí me enamoro de los portorriqueños y comienzo a dar clases. Después impartí clases en la Universidad de New York, en el Instituto de Arte de Chicago, y empiezo a dar vueltas por el mundo con esta otra profesión.

Pasé muchos años yendo y viniendo, haciendo cosas. Realmente no viví la cruel experiencia del Período Especial. Claro que al ir y venir, veía lo que pasaba, pero no es lo mismo acabado de regresar, que viene uno con la barriga llena y el corazón contento. Durante ese tiempo estuve en muchos lugares de Europa y tuve la suerte de llevarme a mi madre a todos mis viajes. Mi madre era una señora que no fue revolucionaria nunca; pero un día le preguntaron en una rueda de prensa fuera de Cuba: ¿Usted por qué vuelve a Cuba?”. Y la respuesta de mi madre me dejó perplejo. La respuesta fue: “Es que yo tengo una matica de hierbabuena en la terraza de la casa y tengo que ir a regarla”. Era la ‘no razón’. Era ‘porque sí’. Es por lo mismo que yo me quedo: porque sí.

CN.- ¿Ve a los jóvenes realizadores insertados en la Industria Cinematográfica?

EPB.- Yo no los veo insertados, y yo, en el lugar de ellos no me insertaría jamás porque ya es otra cosa, ya el mundo cambió, ya no tiene sentido estar manejado por una compañía donde un artista tiene que marcar un reloj para entrar. ¿Quién ha visto a un artista marcando un reloj para entrar en una oficina y firmar contratos?

CN.- ¿Qué saldo positivo y negativo le han dejado tantos años en el ICAIC?

EPB.- Mira, más bien tendría que decirte qué saldo positivo y negativo me dejó la vida. Yo he entendido a mi vida. Y es curioso: tengo sentido de pertenencia, pero no soy una aceituna pegada al hueso. Me muero sin mi Malecón y sin mi mar. Sin las escalinatas de la Universidad, me pongo triste, pero no me muero. Amo este país de una manera extraña. Amo su atmósfera, su aire, amo la gente que critica porque amo hasta a mis enemigos. El día que se mueran mis enemigos, ¿qué hago? ¿Dónde los guardo? Yo soy un hombre feliz, no tengo nada y mientras menos tengo más feliz soy. Claro, no soy un asceta. No tengo vocación de Gandhi ni de faquir. Me gustan las cosas buenas como a todo el mundo; pero ya dije, no soy una aceituna pegada al hueso.

De pronto suena el timbre. Alguien lo espera. Enrique Pineda Barnet está a punto de estrenar su nueva película: La anunciación, un filme que promete llegar, como él mismo, hasta el fondo del alma.


*La autora es periodista argentina y colaboradora de Cubanow.

April 7, 2009, 7:52 am

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