domingo, 2 de febrero de 2014

Enrique Pineda Barnet: "Callar no tiene sentido".

Enrique Pineda Barnet
Admirado y ampliamente reconocido, Enrique Pineda Barnet (Premio Nacional de Cine 2006), tiene de qué hablar en todo momento. Aparenta ser frágil, una figura rompible, pero su carácter rebasa todos esos pensamientos. Nos propone amarnos “por encima de cualquier diferencia”. Hacerlo será la meta.
Dicen que a los cinco años de edad, usted interpretó el papel del negrito en uno de los teatros de La Habana. A la cuenta de estos años, ¿no considera esto un hecho adelantado en su vida? 
Realmente disfruto mucho esa casualidad. No quiero darle contenido que no haya tenido vinculación real, pero sí te digo que fue un impulso la posibilidad de hacer eso. Fue alrededor de 1935, mis padres se divorcian y mi madre y yo nos fuimos a vivir a un hotelito muy modesto y simpático ubicado en el Vedado. Allí tenía una amiga que se llamaba Ofelita a la cual yo le cantaba Damisela encantadora, quizá porque estaba de moda ese número. Yo me daba cuenta que tenía cierta facultad para cantar.
En el restaurante del hotel muchas personas me elogiaban, en especial un personaje que era el locutor principal de la emisora “La voz del aire”, en el propio hotel. Hablo, nada más que de Enrique Santisteban, la persona por quien yo entré años más tarde en CMQ Radio y luego trabajó como actor en mi película Mella. Él tiene que ver mucho con la historia de mi vida, pues está vinculado de una manera u otra. Ahora, en aquellos días llegó al edificio una señora gruesa y de fuerte carácter llamada Francisqueta Ballalta, la cual comenzó a organizar en el último piso del inmueble una revista musical con algunos niños.
Al escogerme le pidió a mi madre la autorización y esta aceptó, mamá nunca estuvo en contra de nada. Te confieso algo, yo me fui enardeciendo con el olor de los vestidos, el olor de los trajes de guarachero y del papel de la farola. Me encantaba estar en el teatro. Después me enseñaron a dar dos o tres pasitos de conga y pintado de negrito decía una frase que hasta hoy no sé lo que significa: “Équelecatúa, équele-ca”. Hoy algunos amigos para fastidiarme, se acuerdan y me dicen Équele. Años después descubrí que el personaje que estaba interpretando era el negrito “Mancuntíbiri”. De manera general, creo que ese fue un inicio fundamental, todo eso se quedó en la memoria como algo muy importante, sensorial.
¿Imaginó en algún momento llegar a ser el director de cine que es hoy?
Realmente a mí la imagen del cine propiamente no me llamaba a dirigir. Jamás pensé ser director de cine, hubiera querido ser siempre actor, eso sí.
¿Tuvo la posibilidad de desarrollarse en el campo de la actuación?
Sí, cómo no. Hice muchos programas de radio. Tuve el privilegio de tener como padres en este medio a Raquel Revuelta y Eduardo Casado. Por unos cuantos años hice el espacio “Historias del más allá” con Víctor Martínez Casado y Violeta Casals. En episodios, siempre que había un niño asesinado, yo me decía: hoy tengo trabajo. Le debo a grandes personalidades de la radio, como es el caso de Mario Barral, Zenaida Romeu, Sol y Germán Pinelli. Hice personajes en teatro, en el Teatro Universitario, en el Grupo GEL, en Las Máscaras, en Teatro Estudio.
¿Actor frustrado?
En alguna medida sí, porque puede ser totalmente injusto que yo no haya sido aprovechado. Sí tenía condiciones y entrenamiento también. Yo siempre puedo actuar.
Tengo entendido que también cantó con algunas figuras. ¿Es así?
Así es. Al piano me acompañó el maestro Orlando de la Rosa y también Enriqueta Almanza. Llegué a ser muy amigo de Bola de Nieve y del cuarteto Las D´Aida, entre otras.
Hablemos de La Bella del Alhambra, ¿por qué siempre que se menciona a Enrique Pineda viene necesariamente esta obra?
Sencillamente en La Bella… se encierran muchas cosas: la síntesis de ese elemento teatral y su vínculo con el vernáculo, con la historia del teatro y, sobre todo, mi devoción por este. La Bella… no me sintetiza, es una obra que para mí es muy importante y me ha dado numerosas gratificaciones.
¿Esto significa que La Bella… es la obra de su devoción?
No. Sorprendería si te dijese que es un corto en video que hice por cuenta propia y me costó cien pesos hacerlo. Se llama First y se filmó detrás de los telones del Teatro Nacional en una noche. En ese corto está puesta toda mi alma. Se puede decir que es la antesala de La Anunciación.
¿No le mortifica que tantos reconocimientos a La Bella… opaquen las demás obras?
A veces sí. Es justo que ella merezca tales lauros. Pero a veces me pregunto, ¿caramba, tantos reconocimientos a La Bella… y cómo se ha tirado a porquería mi primer documental David? No tengo pudor ninguno para decir que es un buen documental. Y con el tiempo se ha destripado, cortado y eso me mortifica.
Enrique, ¿qué representa La Anunciación en su carrera?
La Anunciación es una obra importante en mi vida. Inicialmente se llamaba Te espero en la eternidad pero a mí no me gustaba ese título. La película está inspirada en ese cuadro que está allí (señala el famoso cuadro de Antonia Eriz colgado en la sala de su casa). Esa pintura de Antonia me lo dijo todo: eso que vas a parir es un monstruo como tú y como yo.
En la película se está hablando constantemente del padre muerto y resulta que hay un retrato suyo. ¿Por qué recurrir a este elemento?
Eso sí me llevó la vida. Inicialmente pensamos en el retrato de otra persona pero un lamentable incidente no nos lo permitió. Esto me obligó a retratarme y cantar como un muerto, algo que no es muy fácil.
Como artista, ¿cuántas cosas mortifican a Enrique Pineda?
Yo no soy tan calmado como parezco. Trato de calmarme pero tengo un nivel de excitación permanente, siempre estoy estresado. Hay palabras que sin darme cuenta me las tengo prohibidas, palabras muy fuertes que significan demasiado. Palabras que me pueden deprimir. Aunque no me deprimo por cualquier cosa. Por ejemplo, las carestías no me deprimen, me molestan, me parecen estupideces y las combato. Y lo otro es, querer hacer.
Entonces, ¿qué lo irrita?
Me irrita el ruido. Un lugar ruidoso me molesta mucho. La vulgaridad es algo que me mata, a veces me asomo al balcón de mi casa y digo no, este no es mi país, este no es mi barrio. No creo en eso. Para nada soy un exquisito, soy un tipo eminentemente popular. Me encanta la vida popular, pero no puedo soportar la grosería.
Hace un momento me hablaba de carestías. Vinculándolo al cine, ¿cree que es solo una maltrecha economía lo que impide a los cineastas crear?
Hay una cuestión fundamental: el cine cuesta. Lo que no quiere decir que el cine más caro sea el mejor, pero a veces, el más económico cuesta y cuesta sangre. Eso es un conflicto. Hay otra cosa que está detrás de eso y es la burocracia. La burocracia nos bloquea y nos impide hacer cine. ¿Qué es la burocracia? El arte de encontrar una dificultad para cada solución. Y lo otro es, las mentes cerradas que temen a la vida y a todo lo que nos circunda.
¿Qué no le debe faltar a un buen director de cine?
Talento.
Para usted, ¿qué es la censura?
La intromisión de alguien que viene a fastidiarte la vida, impedir el desarrollo y la libertad del hombre para crear.
 
¿Ha sido víctima de ella?
Sí, yo tengo, de hace años, como seis o siete documentales que están durmiendo el sueño de los injustos.
¿No cree que ser irreverente lo ha relegado un poco?
No, yo soy el que he relegado demasiado a los latigazos. Me he callado demasiado. Debí haber explotado mucho más, a su debido tiempo.
¿Se arrepiente de ello?
No, lo aprendo. Ahora es muy difícil que me calle. Me acuerdo de Rita Montaner: “Mejor que me calle, que no diga nada”. A veces uno opta por un silencio que no tiene sentido. Callarse no tiene sentido. Hoy por hoy casi no tengo nada, y lo tengo todo. No tengo deudas, tenía enemigos.
Cuando se miró al espejo por primera vez y descubrió la “juventud acumulada” que iba alcanzando, ¿cómo reaccionó?
Qué manera tan sutil de decirlo. (Se ríe). Me horroricé. Alguna vez en mi vida fui vanidoso, por eso digo: cayó “el viejazo”. Eso fue muy reciente, porque yo he ido envejeciendo gradualmente y he tenido también golpes muy fuertes. Mi amigo Nicolasito Guillén me decía: “Cuídate, Enriquito, un día te levantas, te miras al espejo y de bajo la cama se asoma el fantasma de Dorian Gray y…” Ahora fíjate, antes fue vanidad, ahora fue tristeza y dolor al reconocer que la vida se refleja en el rostro. Y vuelvo a Vallejo: como si se empozara en el alma todo lo vivido.
¿Cuáles son los fantasmas que siempre lo han perseguido?
Las culpas, las acusaciones injustas. He sido mal mirado, muchas veces con envidia, hay gente que ha pensado que puedo serle sombra y no, siempre me he comportado humildemente.
¿Se iría de este mundo Enrique Pineda con algún sueño sin realizar? 
Sí, el abrazo.
Escrito por: Jaime Masó Torres
Foto: Cubadebate

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