lunes, 2 de abril de 2012

Desempolvando entrevistas: "Me divierten las paradojas".

Entrevista al cineasta Enrique Pineda Barnet.

Por: Pedro Quiroga Jiménez

Fecha: 2007-12-08 Fuente: ICAIC

“Nunca se sabe qué te espera cuando sales a jugar. Nunca se sabe, en un segundo, lo que va a pasar”… Con esa primera estrofa de una canción que interpreta William Vivanco, Enrique Pineda Barnet centra el tema de la separación familiar en su más reciente filme Te espero en la eternidad, aún por editar.
La cinta, rodada entre diciembre de 2006 y enero de este año cuenta con las actuaciones de Verónica Lynn, Broselianda Hernández, Héctor Eduardo, Ismael de Diego (nieto del finado poeta, Eliseo Diego) y el niño Roberto Díaz.
Motivaciones al margen, el Premio Nacional de Cine 2006 es un hombre extrovertido (nada tímido) y dueño de una comicidad envidiable que imprime a su mordaz y elocuente verbo.


¿Cómo interpretó esa máxima distinción para un cineasta cubano?

Primero, como una paradoja, pues me parecía muy extraño que uno recibiera un premio de esa categoría tras 18 años sin poder hacer un largometraje en mi país. Significó y significa, no obstante, una idea de resurrección. Es muy curioso: resurrección es la de mi primera película, Giselle (1963), convertida ahora en un clásico. Resurrección es el guión de otro de mis títulos, Soy Cuba (1963), cuyo texto me produjo quebraderos de cabeza por todo lo que significa escribir para gente de otra cultura y de otra visión de la vida; fue un fracaso en el momento de su estreno, tanto aquí como en la extinta URSS, y que al cabo de casi 50 años se haya convertido en un boom, es otra paradoja, otra resurrección.
Por demás, resurrección fue el filme Mella, que había pasado sin penas ni glorias en 1975 y que en 2006 se divulgara como si fuera una obra nueva. Lo mismo sucedió con David, en 1967.
Este año me llamaron del Museo de Arte Moderno Reina Sofía, de Madrid, para decirme que mi corto Cosmorama (1964) estaba calificado como precursor de lo que actualmente se llama video-arte.
Hay muchas resurrecciones, mayores y menores, pero me digo: ya tengo edad para morirme; ¿será que el Premio es el colofón de mi vida? Arturo Infante, joven y talentoso realizador, hizo un corto y me llamó para que hiciera un pequeño personaje. Le dije: lo hago siempre y cuando me permitas añadirle algo al anciano que interpreto, que tiene el pecho de su guayabera lleno de medallas y condecoraciones. Quiero quitarme las medallas frente a la cámara y echarlas en una gorra.
He aprendido mucha analogía, me gusta jugar con la semiótica y las múltiples interpretaciones, y he tratado de impregnar ahora a mi vida lo mismo que a mi obra, que es la analogía y la paradoja.

La vida también lo sitúa ahora en el jurado del Festival de La Habana.

Es paradójico que al cabo de 18 años esté en el jurado de ficción, cuando no recibí el Coral con La Bella del Alhambra. Lo que me tiene divertido es la paradoja y la resurrección.
¿Sabes?, tengo una enorme preocupación por ser justo, por ser exacto, preciso. Ser justo es muy difícil; no es justo que uno diga que ha sido justo, porque no sé si lo he sido. No me gusta tomar decisiones a ciegas, no me gusta la fe ciega, ni la justicia ciega. Creo que hay que hacerlo consciente y con todos los elementos posibles. Es una tarea difícil, nada cómoda.

Como bien ha dicho, se le considera precursor del video-arte.

Tres obras mías: Cosmorama, Juventud, rebeldía y revolución, y El ñame siguen durmiendo el sueño de lo justo en los archivos del ICAIC.
Con la primera traté de hacer un juego estético y poético, sin grandes pretensiones. Comenzó siendo una prueba de color de un nuevo celuloide que le mostraron al ICAIC, para una posible compra.
Me dieron mil pies de película, fue un regalo para que yo hiciera lo que me viniera en ganas.
Me fui a casa del pintor Sandú Darié y empecé a fotografiar con Jorge Haydú (húngaro residente en la isla). Así surgió Cosmorama.

Su presencia es notable en este Festival. Entre otras cosas, se exhibe el documental Canción para Rachel.

Es un documental de Carlos Barba, un joven valor muy interesante. Se trata de un homenaje a La Bella del Alhambra con un making off de la película, un precioso trabajo en que ha logrado entrevistar a varias personas. Empezó conmigo, con Verónica Lynn y con el director de fotografía, Raúl Rodríguez. Pero se fue a buscar a Beatriz Valdés, a Caracas; a Isabel Moreno y a Jorge (Tuti) Abello, a Miami; a Gonzalo Romeu, a México; buscó momentos de la filmación, usó el trailer de la película, fragmentos de las canciones, escenas, en fin. Me parece un documental muy emocionante, bello e inteligente.

Usted es un creador multifacético y se ha destacado en el teatro también, en la actuación.

El teatro fue el origen y la inspiración. Siempre pensé que iba a ser un artista de interpretación: un cantante, un bailarín, un actor, y terminé siendo un director de cine. Me hice escritor y soñé que lo sería toda la vida, me gané un Premio Nacional de Literatura (1953), pero la vida me llevó al cine, fue la casualidad y no la causalidad. Tomé una decisión muy romántica: me fui como maestro de campesinos a la Sierra Maestra. No me había dado cuenta de que en mí existía esa vocación tan fuerte y, por ese hecho, la vida me jugó una treta difícil.
Me designaron como administrador-interventor de ingenios, cosa que no tenía nada que ver conmigo, no me gustaba. Por tal motivo, me trasladaron al cuerpo diplomático, algo que tampoco me gustaba, ni escogí, y por escapar de todo aquello me fui a donde primero encontré sitio, pedí asilo en el ICAIC. Alfredo Guevara, Julio García Espinosa y Héctor García Mesa me acogieron y fui cineasta por causalidad.

¿Qué enseñanzas y que huellas le ha dejado el cine?

Enseñanzas hay miles, huellas también. Hay una etapa de mi vida muy marcada, que fue el ejercicio del magisterio en la Sierra Maestra, en la montaña. Yo había ejercido desde antes, pero lo desarrollé allí.
Hay un documental de José Massip que se llama El maestro del cilantro, en que se filmaron escenas de mi vida de maestro en la Sierra, y en él están los niños que fueron mis alumnos, desde los que tenían cuatro años hasta los adultos.
De esos niñitos de entonces hay unos cuantos que por determinadas vueltas del destino están viviendo ahora en la ciudad. Hay una que es maestra, cuyo hijo es actualmente el abogado que trabaja conmigo. Ese es un regalo de la vida, porque hubo una evolución, un desarrollo, y esos niños de ayer son mis padrinos en la actualidad. Es un tesoro incalculable.
La vida te regala y te premia constantemente, y no he sentido su castigo, a lo mejor es que me he portado bien.
Nunca he sentido ni odios ni rencores, pero no me siento, sin embargo, satisfecho, porque todavía espero la sorpresa.
Este año, por ejemplo, volví al Callejón del Muro (en Santiago de Cuba) donde mataron a Frank País, y allí sentí todo lo que había experimentado cuando filmé David. No conocí a Frank físicamente, pero me llené de él.

¿Ha pensado que hará Usted en los próximos cinco años?

Tengo pensadas varias películas, en este orden: Verde, verde; Nora@dirección equivocada; El beso que no te di; y Bolero rosa. También pienso terminar mi novela, que vengo armando hace años, es medio autobiográfica y se llama Se anda buscando a un hombre llamado Máximo. Si lo ve, pídale, por favor, no desaparecer. Ese es el titulito.
Quien la lea tendrá que tener mucha paciencia y tenacidad, porque será muy larga.

Fuente: Cubarte

1 comentario:

Anónimo dijo...

Maravilloso Enrique, me encantó la entrevista y su devoción por el cine, por la vida, por la creación, por la gente joven. Saludos.