viernes, 2 de marzo de 2012

Crónica de un espectador: Rolando Pérez Betancourt sobre "Verde verde", de Enrique PIneda Barnet

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu / 2 de marzo de 2012

Cuando todavía escribir de cine no era una profesión, a principios de los años sesenta, vi en el Teatro Campoamor cómo varias parejas se levantaban y, entre protestas, abandonaban la sala, mientras en la pantalla transcurría la violación que con dureza plasma Ingmar Bergman en La fuente de la virgen.

Se sabe que El último tango en París llevó a los tribunales a Bertolucci y que la película estuvo suspendida en Italia por más de quince años (no hace mucho se reveló que el proyecto original concebía una historia de amor entre dos hombres en el París de los setenta, pero ¡ni pensarlo para la época!).

Y Brokeback Mountain, para solo citar tres cintas, fue bombardeada por sectores conservadores en los Estados Unidos y, cuando se pasó en nuestra televisión, tarde en la noche, aunque hubo aplausos, también hizo sonar el timbre del teléfono con voces que preguntaban ¿qué era aquello?

Desde sus inicios, la temática amor-sexo-erotismo, en imágenes y conceptos, ha tenido que avanzar con pies de plomo ante prejuicios y, también, sensibilidades de todo tipo.

Y eso que el cine nació machista, se desarrolló machista, y en buena medida lo sigue siendo, aunque ya no a rajatabla, debido a que la problemática homosexual ––no sin luchas de por medio–– ha ido sacudiéndose moralinas e impedimentos.

Cualquier película puede traer hoy día un tópico homosexual trabajado con "elegancia" dentro de un argumento más abarcador, y ya nadie se asombra o, en todo caso, se asombran pocos.

Sin embargo, a filmes dedicados por completo al acople entre parejas del mismo sexo, se les siguen demandando la contención y "el sumo cuidado", en especial si en la trama se ven implicados varones, pues más tolerancia (siempre machista) hay tratándose de ellas.

Cierto que existe un denominado "cine gay", pero se dirige principalmente a un público definido y por lo tanto tiene limitaciones en su difusión.

Lo que no puede negarse es que al sexo, como sujeto dramático, ya sea heterosexual u homosexual ––sobre todo este último, y no obstante las receptividades y conocimientos que trae el paso del tiempo–– se le sigue viendo con aprensiones, a veces cercanas a las de aquellas parejas que, cincuenta años atrás, buscaron las puertas de salida en el Campoamor.

Pineda Barnet juega al duro en Verde verde, una película que concibe no para un cine gay en específico, sino para cualquier tipo de espectador.

Se trata de un filme de tesis que sin medias tintas trata de decirlo todo sobre un ocultamiento temático (aunque no desconocido) que entrelaza homosexualidad, prejuicios sociales y psicológicos, posibles afectos verdaderos entre la pareja de marras y mucha violencia, y al respecto habría que recordar que en cualquier archivo policiaco del mundo se recogen tragedias muy similares a las que recrea el filme.

Por primera vez el machismo, la homofobia y una estela de matices más son tratados en la cinematografía cubana hundiendo el cuchillo hasta el mango, y para ello se recurre a un muestrario de seducciones captadas in situ, es decir, no narradas por metáforas o sugerencias elípticas, sino haciendo ver al espectador, con lujo de detalles, el desgarramiento entre dos hombres que se conocen en una noche de taberna y en la intimidad empiezan a descubrirse.

Una manera de asumir el trance que para algunos espectadores funcionará como reflexión y para otros se quedará en el mero escándalo de las imágenes, y cabe preguntarse si con un poco de contención ilustrativa (que nada tiene que ver con "equilibrios" ni censuras), la cinta hubiera encontrado mayor interiorización a las esencias de sus valientes planteamientos.

Prevalece en los diálogos de Verde verde la impronta del teatro ––como en toda la concepción del filme–– y no escapan ellos de un aire de didactismo, además de que el rompimiento en los tiempos parlantes ––como síntesis de una larga noche y para darles entrada a las escenas con el más joven de los hombres corriendo entre galerías oscuras–– se puede apreciar lo mismo como intención artística, que como quebrantamientos en la dramaturgia.

Unos diálogos asumidos por Héctor Noas y Carlos Miguel Caballero que van de lo brillante imaginativo a la reiteración no justificada, principalmente hacia el final alargado, en que el director se deja tentar por las mieles del melodrama.

Transcurriendo en una bien trabajada visualidad, Verde verde trae a la memoria, en lo que respecta a la utilización de dibujos incorporados a la narrativa, aquel memorable Juego de masacre (1967) del francés Alain Jessua, pero Pineda Barnet se luce en el impacto dramático que le impregna a esas ilustraciones.

Otros aspectos son más discutibles, como el personaje que interpreta Farah María, símbolo del eterno femenino presente en el conflicto, demasiado reiterado en su deambular poético por oscuras galerías.

Necesaria Verde verde y con alientos innegables en sus planteos, pero al mismo tiempo sin poder escapar de objeciones a cómo dice artísticamente lo que tenía que decir.

Fuente: Granma

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A ver si la película la ve Fidel Castro y le acaba de dar la sirimba.

Anónimo dijo...

Pues no sé si le dará o no, pero de que es una buena película lo es. De lo MEJOR del cine cubano actual.