domingo, 10 de mayo de 2009

“…ella dio al desmemoriado”

A mis abuelos
que supieron, sin descanso,
llenar la casa y la isla
de buenos hijos.

A Antonio –que me estimuló
a Guillermo –que me desestímulo
a Pablo que me volvió a estimular
y así…



Comprendió al cruzar la calle, en el mismo momento de estar sobre la raya amarilla que divide 23, con el tráfico que va de allá para acá y de acá para allá. Ahí mismo se dio cuenta de que se le había olvidado algo importante. Se le había olvidado morirse.

Con esa imagen de los cincuenta y pico que hoy pueden parecer sesenta y tantos o mañana refrescarse casi a cuarenta y ocho, comprendió que sacando bien la cuenta, ahora tendría unos ciento dos o ciento tres. No era posible, pero se le había olvidado morirse. También se le había olvidado realmente envejecer. Fue dejando atrás a todo el mundo, hasta serle algo natural. La pérdida de las familias amigas, la propia familia… nuevas familias ocupando el lugar de las anteriores, los conocidos, coetáneos… todo se fue quedando atrás, con sus naturales dolores y desgarramientos, pero quedados atrás. Fracasos, victorias, conquistas, amores, desaires, pérdidas encuentros y hasta recuperaciones.
Entre tantas otras cosas, agotada la sorpresa, todo presentido por haberlo visto alguna vez. Perdida la zozobra, el misterio. Siempre se quedó solo… tantas veces,, dijo adiós tantas veces, descubrió tantas veces, cuántas cosas ocuparon el espacio de otras, cuántos espacios se llenaron, cuántos espacios se quedaron vacíos… Todo vuelve. Nada vuelve.

Tarareó para sí:

- Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí. Ponme la mano aquí jine... ponme la mano aquí…

Claro que fue tabacalero, mambí, corneta de un General, farmacéutico, empleado del Fondo Especial de Obras Públicas, auditor del Royal Bank of Canada en la calle O´Reilly, después representante de las gomas Goodrich en Cuba, saltó a miliciano, alfabetizador –de niño, monaguillo y boy scout-, machetero, militante de Partido, jubilado, negado a entrar al Círculo de Abuelos. Ninguna contradicción.

¿Quién se imagina a Anita Eckberg actualmente mirándose en La Dolce Vita envuelta en una toalla? Y así había visto al altivo y elegante Ricardo, el hijo del Doctor, el millonario y respetable Doctor, ahora con sus pantalones viejos por el tobillo, recogiendo en una bolsa de nylon los desperdicios del latón de 23 y 12. Convertirse en Director a Edgardo el coger que apenas tuvo –aquella vez-, ayer, el sexto grado. Y “ahora mismo”, minutos antes, quizás motivo de tal descubrimiento y reflexión, a la irreconocible Pristina, que veintiocho años atrás, bella y exuberante, hija del “potentado” residente en Estados Unidos, desafiaba su clase y hacía sufrir de amores a Bernardo y mató de celos a Sergio luego de engañarlo con el Chino. “Ahora” la probre Pristina, “fayé y descangayada”, sentada en el escaloncito del edificio del “Internacional Club” de 23 y 10, de donde brotan aún las notas electrónicas del “solovox” de Mata, pidiendo hoy ¡Un peso! Para comer. Y haberse encontrado al bello Antonio, siempre mucho más joven, que le dio tantos caritates a la salida de la Escuela de Veterinaria con su musculatura y su cara de Alain Delón –bueno, el mismo Alain Delón-, hecho un anciano encanecido y flaco con los pellejos como cortinajes. Y ni siquiera alegrarse de ver al prepotente –y omnipotente, hoy impotente- George – el de los viajes a París-, cojeando su mala sangre, todo destentado, emigrando a una ciudad de cuarta categoría y vendiendo entre sus libros viejos su colección de Gramsci. Vilá, el famoso gordo mafioso, que al final de su despotismo pidió perdones y ayuda antes de morir. Ornaldo, el censurado, censurando. Cucha, que dejó desnudos sus encantos en plena flor de la vida. Alberto, que no alcanzó a graduar el médico extraordinario y humano que apuntaba. Ernesto mismo, es increíble, que llegó a ser… el recuerdo.

Pero no era sólo la muerte, sino los cambios de lo vivo. Este, ayer ratero de parqueos convertido en personaje, aquel ayer personaje convertido hoy en ratero de agromercados. La belleza de Julia tornada en su melancolía, el optimismo de Rebeca masticado en su lamento. La puta de Arenal hizo lo mismo que la hija de don Juan Alba, se metió a Monja. El sindicalista que sobaba sus hombrías, descubierto en sus debilidades decúbito supino. Rock Hudson el “Gigante” que murió de SIDA propone una reflexión. Gladys, la infeliz guajirita del palmar, se hace la Venus del Caribe, seducida, deportada y regresada invicta como una Doña Bárbara. Mientras Zilia prospera y Richard se hace millonario. Pepe, de mecenas, pasa a recomendado. En fin, abajo los de arriba y arriba los de abajo, eso no está nunca mal, pero ahora resulta que la bella Tula no es más que una gorda, que un tal Martínez Campos está hospedado en el Hotel Inglaterra con proposiciones de comprarlo, que los suicidas dignos han devenido en excomulgados, que los nombres quitados de los diccionarios reaparecieron… -algunos- y los gusanos se volvieron mariposas pero –de vez en cuando- son gusanos. Leonardo Word está de vacaciones con Charles Magno en Caimanera, Mister Crowder viene en su yate de turista a Marina Hemingway y allí le sirven daiquiri del Floridita, no a Ernest sino a Enoch y le cantan “Havana sirena preciosa…”. Barbusse cae preso por “mirahuecos” con Dante. Julio asesinado a tiempo para no ser deteriorado. Ingenieros, Rodó (¡Ariel 1900!), Martí, Bolívar, en su laberinto, no tienen quién les escriba. Ya los sueños interpretan a Freud y lo convierten en una secreta obscenidad consuetudinaria. Tolstoi ejecuta su resurrección y vuelve a morirse de espanto. Hay crimen, no hay castigo. ¿No hay castigo?

Estrada Palma es un “niño de teta” en cualquier parte, solo le quedan sus zapaticos de bronce. Marconi enloquece tratando de comunicarse por un teléfono que no funciona porque ha recibido un FAX de que Thomas Mann acaba de dictar una conferencia titulada “Los anillos de los nibelungos” auspiciada por la American Thelephone Company. Kandinski sigue defendiendo su misterio. Dreyfus es rehabilitado (¡y tantos otros!). J. F. Kennedy es canonizado por sus enemigos y asesinado por sus amigos. Stalin es icinerado, muerto, embalsamado y desenterrado. …Christina Jorgensen pasó de moda –está como Dios, en todas las esquinas- y Almodóvar le prepara un homenaje que culmina con el bolero de Ravel. Stravisnki inventa un pájaro de fuego en Chernobil. Los Rosemberg abrieron las altas rejas del Palacio de Invierno, pagaron con la libertad –de ser electrocutados- y ahora aquella imagen ha resultado una ficción. Estalló Hiroshima y casi todo el mundo colocó su cosmonauta en el espacio, un triste 11 de septiembre titilan azules los astros a lo lejos. ¿Fue Vivian Leigh o Greta Garbo quien le hizo el Waterloo a Napoleón en este siglo? Fue la Tatcher. Scarlet O´Hara devoró hambrienta sus rábanos del sur, en las mismas habitaciones con farolitos chinos de Blanche Dubois en el norte pidiendo "dame una gardenia, mamá". Roosevelt sigue en su silla de ruedas que le empuja Joan Crawdford escaleras abajo. El General D´Gaulle baila un can-can con Josephine Baker, vestido con diseño de Toulusse Lautrec. ¡Pobres inventores y racionalizadotes Einstein, Edison, Curie, Pasteur, Finlay. …han perdido sus derechos de autor! Por suerte, los Fords de 1930 todavía ruedan por la calle 23.

La Revolución Mexicana , sin embargo, no es cantada por Rainer María Rilke. La Gioconda escapa del Louvre porque en una computadora le cambiaron la sonrisa. Nace Esperancita y Rubén hace un poema. Se hunde el Titanic (también el Titanic). Se firma el Manifiesto Surrealista -¡qué menos se podía hacer!-

La ciudad intacta, como una colmena, pero intacta, carcomida por el salitre. Conservada en los 50, mejor, igual que en 1400… mejor, sin siboneyes. Aún no ha hablado don Rafael del Junco porque la CIA tiene el secreto de “la serpiente roja”, pero Rita le advirtió que “mejor que se calle”. Ya Raúl Menocal no es ni un recuerdo. Y ¿quién dijo que Georgina fue una flor? María Luisa pasea frente a sus ingenios como una fotógrafo turística y de ningún lado le entienden por qué se emociona frente a una guanábana y un paisaje incendiado de Chartrand. ¿Dónde están las rosas Catalina Lasa? Y todas aquellas cosas que no podían desaparecer. Cayó Machado incaíble, cayó el mundo colorao, cayó Batista, antes Prío -¡claro, por el golpe! pero cayó-. Grau es un chiste de humor negro… o verde. Germnán Pinelli, al final, ha resultado el más serio. Se convirtieron en apóstoles Virgilio, José, Servando y René, todos los condenados. Bola les canta viendo fantasmas en las noches de trasluz. Gloria resultó profeta. ¡Cuántos tornados que tuvieron gloria! El cachumbambé de la vida, arriba y abajo. El carnaval: máscaras bellas ocultan rostros desgajados y viceversa. ¡Y pensar que el testigo de su boda en Tampa resultó ser el más grande! ¡Cuánta gente pasó a la Historia ! ¡Cuánta Historia quedó en historia! ¡A veces la historia también llegó a la Historia !

¿Quién exhimió a los asesinos? Hitler, aclamado. ¿Ayer? ¿cuándo? ¿Quién disparó contra Trotsky? ¿Cuántas veces tiene que caer el mismo héroe del mismo caballo? ¿Puede explicar Marx al Che? ¿Washington a Lenin? ¿Le puso Demian el signo en la frente a Gorbachov? ¿Qué pretendía? ¿Quién anotó el Mac Carthysmo en el hielo? Franco murió de muerte natural ¿Pasarán o pasharán? Celia Gámez regresó a morir en su pasión argentina.

¿Cuál es la estrella que ilumina y mata? “Era el silencio impuesto a su voz y el clamoreo de los que te mataron en una u otra forma.” Entonces, ¿de dónde venía la paloma que se posó en el hombro? “Cien años como un largo viaje, lo que fuimos, lo que somos. El águila y el mar, los montes, las puertas están violentamente abiertas.”

En el agua profunda se levanta el animal azul inmenso, lanza fuego por los ojos, su lengua atrae a sus misterios, todo lo desborda, salpica la isla. Es la gran madre. No se debe nombrar.

Y darse cuenta de esto en medio de la calle 23, en la misma raya amarilla por poco tráfico que sea. Los camioneros se ensañan –no, y los ciclistas también-, les gusta vengarse de su desventaja haciéndole coreografías a los indefensos. Todo el mundo tiene debajo a un indefenso. ¡Qué pequeño y triste placer consolador! Y todo el mundo tiene un Super-yo –aunque no le dé la gana de verlo-. No me refiero a asuntos religiosos, pero también pudiera ser, y siempre hay una turba dispuesta, para lanzar los pianos por los balcones, romper las puertas, estigmatizar las paredes. Viene el huracán -¡siempre el huracán!-.

Ahora todo es el Muro de Berlín y la caída del Este… Los Mariscales soviéticos desfilan su Octubre uniformados de guardias blancos. Tarcovski se desploma abatido ante sus paganos de ojos vaciados porque no puede distinguir quiénes son los asesinos. ¡Churchill hace la V de la victoria con su índice y el del medio! Ese es el cambio, el único cambio que perciben. Dejen que la vida vuelva a dar la vuelta, que conozcan otra vez la experiencia. ¡Cuántas que se lanzaron de los balcones a la muerte de Valentino quisieran hoy perder la gravedad como un Chagall, y retornar a sus barandas! Observen el cine, la ventaja del cine, para alante y para atrás, stop, adelante… y en video digital Michael Jackson se vuelve cualquier cosa. ¡Total, para no aprender nada! Sí, la misma piedra.

¡La piedra! ¿Le dió al desmemoriado? La piedra debajo de la suela del zapato, sobre la raya amarilla y el tráfico de allá para acá y lo contrario. ¡La piedra debajo del zapato! Se le había olvidado morirse con más de cien años… pero es suficiente, a veces, tener nada más que una piedrecita debajo del zapato.

No hay que ilusionarse con clubes de 120: no se salva nadie. No hay inmortales, no hay invictos. La Historia la escribe el Vencedor.

El camión, ni siquiera intencional, un simple camión de plátanos, verdes, desbordantes, codiciados, como los de los noticieros (como a aquel viejo avaro del traje negro, con la mano en el bolsillo al salir de la barbería de la misma 23 y 12 –sólo que en 1953, mientras en el café de la esquina, donde ahora está la Galería de Arte, estrenaban el cha-cha-chá La Engañadora ), lo atropelló, en medio del numeroso tráfico, la gente se abalanza a aprovecharse del reguero de plátanos, dejando el alma del desmemoriado, el alma roja, roja de luz y sangre y roja, al sol.


Enrique Pineda Barnet
1994

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