Por Baltasar Santiago Martín
El cineasta Enrique
Pineda Barnet nació en La Habana, Cuba, el 28 de octubre de 1933, y cuando
tenía apenas veinte años recibió el Premio Nacional de Literatura
“Hernández Catá” del año 1953. Ha escrito numerosos guiones para cine, video y
ballet, y realizado importantes colaboraciones con otros cineastas, como el
asesoramiento a Franco Solinas para el guión de Quemada, del director
Gino Pontecorvo. Fue también guionista del film soviético-cubano Soy
Cuba, dirigido en 1964 por el director
Mijaíl Kalatozov, y trabajó en el doblaje de Tierra en trance,
de Glauber Rocha. Ha sido jurado en varios festivales de cine e impartido
talleres, conferencias y exhibido sus filmes en universidades e instituciones
culturales de Cuba, Estados Unidos, Puerto Rico, Brasil, Argelia, Líbano,
España, Portugal, Francia, Italia, Grecia, Bélgica, Noruega, Polonia, Bulgaria,
Alemania, Unión Soviética, Japón y Canadá, entre otros. Miembro de la Sociedad
General de Autores de España (SGAE), ha recibido la Medalla por la Cultura
Nacional, el Premio Goya de 1990 por su filme La bella del Alhambra, y
el Premio Nacional de Cine en el 2006. Su corto de arte Cosmorama fue
seleccionado como precursor del Movimiento de Videoartes Contemporáneo -y por
el Movimiento de Arte Cinético-, en el Museo Reina Sofía de Madrid y en el ITAU
de Sao Paulo.
La celebración por los 20
años de La bella del Alhambra constituyó un acontecimiento cultural a
finales del 2009, y su más reciente filme sobre el tema de la homofobia se
titula Verde, verde (2011), cuya reseña para la revista Newsweek
en español tuve el gusto de escribir –y el
grandísimo regalo de que fuera de su agrado–.
Enrique Pineda Barnet me
recibió en su apartamento de El Vedado, luego de un primer encuentro en el
Centro Cultural “Raquel Revuelta” –donde nos conocimos personalmente– y
rodeados de obras de arte de muchos de los más importantes pintores cubanos,
conversamos sobre su vida y sobre su obra:
¿En qué cine de Cuba viste
una película por primera vez?; ¿recuerdas su título?
En el cine Riviera, en la
calle 23 entre G y H (nací en la calle 23, entre D y E, en El Vedado).
¿Su título? Tengo mis
dudas, pero me parece que fue El mago de Oz. Me enamoré de Judy Garland
–un amor que perduró mucho tiempo–, una figura excepcional, que cantaba,
bailaba y marcó una época. También recuerdo las películas de Shirley Temple…, y
La serpiente roja, con Chan Li Po, que fue una de las primeras películas
cubanas, con guión de Félix B. Caignet, y actores fabulosos como Pituca de
Foronda –cubano-española, hija de Mercedes Pinto, una escritora española–, los
galanes Rubén y Gustavo Rojo –mexicanos–, y Aníbal de Mar (La tremenda corte)
en el protagónico.
¿Qué filmes te impactaron
más en tu adolescencia?
En mi adolescencia vi
muchas películas inusuales en un adolescente: todo el cine clásico de
Hollywood, como Casablanca, Lo que el viento se llevó, El
ciudadano Kane –con Orson Welles, ¡fabuloso! –, Vértigo…
¿Cuándo decidiste dedicarte
seriamente al cine?
No, no fue una decisión;
fue una casualidad de la vida. Había hecho mucha radio, televisión –y escrito
mucho–, y me “refugié” en el I.C.A.I.C. (Instituto Cubano de Arte e Industria
Cinematográficos) a finales de 1962 (no fui fundador), donde mi experiencia en
publicidad sí me marcó, porque es una escuela práctica muy seria, en la que se
entra en las leyes de la dramaturgia, y para mí eso fue muy importante.
¿Cómo esa vocación se
convirtió en oficio?
Yo siempre he tenido una
vocación muy definida por el arte: canto, baile, teatro, literatura, plástica…
¡y el cine es el séptimo arte!
En el I.C.A.I.C. los
conocía a todos –tenía una relación más o menos cercana– y me estuvieron
invitando desde antes de su fundación, y no quise, pero luego fui yo quien me
acerqué a Héctor García Mesa y le dije esta frase peculiar: “Vengo a buscar
asilo en el I.C.A.I.C.”. Estaba escapando de otras circunstancias…, y en el
I.C.A.I.C. la mentalidad era más abierta.
¿Cuál de tus películas te ha
dejado más satisfecho?
Verde, verde, y realmente, un corto que se llama First , de 10 minutos,
que fue la semilla de Verde, verde y de La anunciación; y por
supuesto, La bella del Alhambra, que ha sido una película muy agradecida
conmigo y el público la ha llevado muy bien.
Giselle, Alicia Alonso…, ¿qué fue lo más difícil, y lo más memorable?
Memorable todo. Primero,
que fue mi primera película como director. Me llevó a estudiar el arte del
ballet, a profundizar en el ballet romántico. Cuando llegué por primera vez a
hablar con Alicia y con Fernando sobre la película les dije: “A mí no me
interesa el ballet, de ustedes depende que yo cambie de opinión”, y así
fue, se logró una interacción muy bonita con el ballet, con la compañía. Alicia
fue encantadora, nunca en un pedestal, muy colaboradora; incluso, una Alicia distinta a la Alicia que conozco después. Una Alicia
diferente, una Alicia sencilla –no modesta, porque eso no le cabe–; una Alicia
estudiosa, una Alicia dócil, aparte de su rigor y de su fuerza. Pero yo
recuerdo una anécdota tremenda, de una escena en la que llegó un momento en que
yo le dije a Alicia: “Alicia, hay que cortarse el pelo”, y me respondió: “¿Yo,
que llevo 14 años dejándome crecer el pelo para la escena de la locura?”. Y le
dije: “Mire las manos, mire adónde llegan, esa escena de la locura en una
pantalla. No es lo mismo que en un teatro. En la pantalla se necesita mucho
menos para que las manos puedan salir”. En fin, hablamos de eso, del
expresionismo, de la significación de un gesto así, etc. Y al día siguiente
llegó con el pelo cortado, y yo pensé que aquella rebeldía de aquel momento iba
a ser para siempre, pero no, fue dócil, y fue en ese sentido modesta, ahí fue
modesta, ahí fue modesta.
Fernando, un gran maestro;
lo hicimos bailar el Hilarión, quizás por última vez…; “Las Cuatro Joyas”
–Josefina Méndez, Loipa Araujo, Aurora Bosch y Mirtha Pla–, unas
bailarinas extraordinarias; Laura Alonso, que también bailó en la filmación;
Menia Martínez, una figura sobresaliente…
Encanto escénico,
frescura…; fue una experiencia extraordinaria.
¿Difícil? Difícil es todo,
el esfuerzo, la atención –en el terreno artístico más todavía– ; lo que es
fácil no sirve…
Nada es fácil, lo que pasa
es que todo fluye cuando se logra lo difícil.
Giselle
(1963)/ 88’/ Dirección y guión: Enrique Pineda Barnet/ Producción: Raúl Canosa/ Argumento: Ballet en dos actos con libreto de Vernoy de Saint Georges, Teophile Gautier, J. Coralli/ Fotografía: Antonio Rodríguez/ Edición: Carlos Menéndez/ Sonido: Eugenio Vesa, Adalberto Jiménez, Marcos Madrigal/ Con: Alicia Alonso, Azari Plisetski, Fernando Alonso, José Parés, Mirta Plá, Loipa Araujo, cuerpo de baile del Ballet Nacional de Cuba.
(1963)/ 88’/ Dirección y guión: Enrique Pineda Barnet/ Producción: Raúl Canosa/ Argumento: Ballet en dos actos con libreto de Vernoy de Saint Georges, Teophile Gautier, J. Coralli/ Fotografía: Antonio Rodríguez/ Edición: Carlos Menéndez/ Sonido: Eugenio Vesa, Adalberto Jiménez, Marcos Madrigal/ Con: Alicia Alonso, Azari Plisetski, Fernando Alonso, José Parés, Mirta Plá, Loipa Araujo, cuerpo de baile del Ballet Nacional de Cuba.
Enrique Pineda Barnet: “La película trata de fijar
para el futuro la creación de Alicia Alonso y de su grupo en Giselle.
Entiendo que para esto había tres posibilidades. La primera sería registrar
simplemente todo lo que sucede en el escenario, manteniendo el punto de vista
de un espectador ideal, situado en el mejor sitio de la sala. La segunda sería
llevar a cabo una labor de interpretación, es decir: deformar el ballet,
convertirlo en un hecho artístico nuevo. Y la tercera, que es la que hemos
adoptado, la de tomar la puesta en escena de Giselle y buscar en ella una
coherencia con el cine. Será una película sobre la puesta en escena del ballet,
permitiéndose la creación dentro del tiempo y el espacio del ballet mismo. En
la imagen buscaremos expresar el espíritu y la atmósfera poética, la
idealización de la realidad, llevando a primer plano un romanticismo moderno,
tratando de convertir el detalle sentimentaloide en gracilidad y frescura de
una época”.
Alicia Alonso: “Tengo predilección por
este ballet, pues representa un reto para todo ballerina. Hay que
bailarlo con una técnica perfecta y difícil, y al mismo tiempo sentir el drama.
Es un ballet que ha llenado varias partes de mi vida. La primera vez que lo
bailé fue cuando yo estaba en el American Ballet Theatre. La primera ballerina
se había enfermado y hube de suplirla. Me vi obligada a bailar Giselle
con solo una semana de ensayo (…) (Este primer encuentro con el cine) es una
experiencia nueva y emocionante, porque me ha hecho descubrir muchas cosas, más
que sobre el cine, sobre el ballet mismo. Hemos tenido que volver a estudiar la
obra, que profundizar en su tema, en sus personajes, en la forma. Y luego, la
filmación es dura y laboriosa. Uno de los principales inconvenientes, que hemos
tenido que superar a base de concentración, ha sido el carácter fragmentario
del registro de la escena. En una función hay un desarrollo continuo, que
permite el natural proceso de expresión de las pasiones. Aquí las interrupciones
constantes lo sacan a uno del drama, y para la siguiente toma hay que volver a
crearse el estado de ánimo que exigen la situación y el personaje. Pero vale la
pena pasar estas dificultades, porque así quedará algo que alcanzará a muchos
públicos, aun los más humildes, y que quedará para los bailarines y los
artistas que vengan después de nosotros. El cine se presta mucho al ballet,
porque los dos son artes de movimiento”.
Fernando Alonso: “Nosotros creemos que esta
experiencia es importante porque nos permite crear el movimiento de la danza,
ante los ojos del público, de otra manera que como se ve en el escenario. Esto
nos ha planteado nuevos problemas. Vimos, por ejemplo, que teníamos que dar
otro tiempo a los movimientos, porque al aparecer en la pantalla se veían
exagerados. Hubo que atenuar mucho los gestos, porque la cámara es más
analítica que la mirada del espectador que está en el patio de butacas.
Afortunadamente, Pineda Barnet es muy talentoso, muy serio en su trabajo, y ha
sabido resolver estas dificultades”.
¿Quiénes son tus actores y
actrices favoritos, dentro y fuera de Cuba?
¡Tan difícil de responder!,
primero porque tengo mala memoria. En el cine norteamericano, Al Pacino es un
actor que me fascina –en el Paseo de la Fama de Hollywood me retraté con mi
mano sobre su mano–, y también Dustin Hofman; y del cine europeo, Klaus María
Brandauer, Javier Bardem…
Del cine cubano me cuesta
trabajo decirlo, porque son los compañeros con los que trabajo. Héctor Noa –que
dicen que es mi actor fetiche– es un actor extraordinario; Beatriz Valdés
para mí sigue siendo una actriz por igual extraordinaria; Isabel Moreno,
Verónica Lynn, Raquel Revuelta, Miriam Acevedo, Eduardo Egea, Santiago
Ríos –un actor hispanocubano–; Carlos Cruz –por el que siento una
devoción y una admiración tremendas–, también otro actor extraordinario; Miguel
Navarro, Miguel Gutiérrez… Tenemos muy buenos actores y actrices, tremendos.
¿Por qué Verde, verde?
Yo hago Verde, verde
por una necesidad esencial de abordar el tema de la homofobia, que
tanto daño nos hace. Yo el odio me lo operé, no tengo ya odio, pero tengo
memoria. En Cuba hay todavía mucha homofobia; impera el machismo, el
autoritarismo, la “guapería” (bravuconería), tan repugnante –y tan mentirosa–.
“Detrás de todo homofóbico hay un homosexual frustrado”; la homofobia es un
cáncer, es muy difícil de erradicar, y es universal, como otros males sociales
como la mentira, la hipocresía…
(Ojalá
que este fuerte y crudo film contribuya a la aceptación de las diferencias en
la preferencia sexual de las personas con las que convivimos, y que esos Carlos
que andan por ahí se acepten tanto cóncavos como convexos sin matar a nadie)
¿Cuál es tu mayor
orgullo?
¡Qué pregunta más rara! –para mí es exótica–; nunca me la habían hecho. En un esquema, diría que “ser
cubano”, pero eso es un esquema. Mi mayor orgullo es mi madre. Era una persona
excepcional. Murió en el 2004 y todavía le llegan flores y felicitaciones en el
día de su cumpleaños; era la madre que todo el mundo sueña con tener; era mi
amiga, mi socia, mi cómplice, mi compañera, mi guía. Murió a los 97 años, con
una lucidez extraordinaria. Se tomaba un trago de whisky todas las noches;
amiga de mis amigos, confidente de todos, nunca la oí hablar mal de nadie.
De todas maneras, de las
cosas en la vida que más satisfacción me dan, enseñar, ser maestro, es algo que
me ha proporcionado mucha alegría, mucha recompensa, y todos los días uno
descubre cosas…
Me operé del odio, ¿dónde
se guarda el odio? En una cápsula horrenda; hay que operársela, lo que no
quiere decir que uno sea complaciente, acrítico –soy un
látigo–; son dos cosas completamente diferentes.
¿Qué directores de cine
cubanos de hoy consideras que son el relevo necesario?
Si de relevo se trata, te
diría que hay hoy un grupo de directores jóvenes cubanos muy talentosos, entre
los que se destacan Miguel Coyula y Arturo Infante, y un joven que no es
director sino escritor: Abel González Melo; también Carlos Lechuga, de quien
creo que es una buena promesa.
Para mí los jóvenes en
general representan siempre una esperanza positiva. Yo creo mucho en los
jóvenes, lo que hay que hacer es apoyarlos, para que no den pasos falsos en la
vida, pero sin siquiera aconsejarlos; es muy importante, si no te lo piden, no
dar consejos.
“Ámense por encima de las
diferencias, que no hay mayor amparo que nosotros mismos. Con todo mi amor para
todos los cubanos”.
Enrique Pineda Barnet
puentear@cubarte.cult.cu
www.http//puentear.blogspot.mx
La Habana, 19 de
diciembre del 2012
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