sábado, 25 de julio de 2009

Crónica de un espectador

La anunciación

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

De la trascendencia del tema de La anunciación, se dispararía con fuerza propia el interés de una audiencia cubana: el filme de Enrique Pineda Barnet habla de la separación familiar y sus desgarramientos ––océano de por medio–– y de la necesidad de hallar una concordia mediante una verdad ecuménica que pocos discutirían: "ámense por encima de las diferencias".

Las diferencias, según se desprenden del argumento, aunarían errores cometidos por las dos partes en conflicto. Errores de comprensión, de manera de mirar la vida, de encontrarle un sentido propio a esa vida en medio del maremagno social; "culpas" ––o asunciones políticas e ideológicas–– que un día se creyeron las mejores y que terminaron por fragmentar la unión de la familia.

En su opción artística, el cineasta no se detiene en desmenuzar las supuestas verdades o intereses de cada grupo en cuestión (habría que imaginar el metraje de lo que sería una historia de otra naturaleza), sino que los asume en su entorno fáctico y desde allí se inspira para desplegar un mensaje de amor en el que no faltan razonamientos de apreciable calado.

Aunque el tema, en su alcance social y humano, tardó bastante en llegar a nuestra literatura y cine, luego conocería de los tratamientos más diversos y originales, estos últimos, principalmente en el campo de las letras. De ahí que cada nuevo intento de tratar la problemática de los que se van y los que se quedan se las tenga que ver con los retos de lo ya transitado.

Aunque la envoltura del conflicto de La anunciación resulte original y a ratos se aprecie el vuelo poético de su sensible autor, el sumo de la historia no puede, sin embargo, disimular los tejidos de lo ya visto: la hermana que se fue y regresa de visita cargada de regalitos, el hermano integrado al proyecto revolucionario y que tan intolerante como ella se niega en un principio a mirarla, ambos envueltos en una agonía circular (lo que me hiciste, o yo te hice) que repite parlamentos un tanto teatrales en concepciones escénicas de similar extirpe. Es como si una historia que no deja de tener actualidad y sinsabores fuera contada con la cadencia de algo ya viejo.

La atmósfera teatral que a ratos recorre el filme no debiera molestar si no fuera porque se aprecia demasiado el alargamiento innecesario en la revelación del testamento moral que deja el padre de familia, fallecido recientemente, un desliz de dramaturgia sin mucho más que decir que da cabida a la otra historia paralela, la de los dos fotógrafos, uno balsero, llena de símbolos ––descifrables y no–– y con un tratamiento de imágenes que recuerdan las emociones tremendistas del cine silente.
De la originalidad inicial, esa abuela médium en lúgubre estancia que interpreta Verónica Lynn y que trata de trampear para asegurarle "una vida más segura a su nieto", el argumento se va tornando cada vez más inverosímil hasta terminar en una escena poco creíble y que no salva ni el calibre de la mayor parte de los actores, debido a que el tono de la historia se cambia abruptamente para darle entrada a una repentina capacidad de creencias espiritistas, lo mismo por parte del hermano materialista, que por la hermana pragmática.

Para discutir estaría también la inserción algo desconcertante de los dos números musicales que se ponen en boca de uno de los protagonistas, el tercer hermano, el más joven y sin duda el personaje más interesante del filme por cuanto su composición, fantasmas internos y preocupaciones de existencia, tienen mucho de actualidad, del ahora mismo, dentro de un conflicto generacional que bien vale otra película.

Sensible para los cubanos resulta el tema de la separación familiar y es de agradecer que Pineda Barnet ––proclamando en su argumento la honradez como divisa imprescindible del ser humano–– se haya acercado a él con una película que, si bien discutible en sus componentes artísticos, está realizada con el mayor amor del mundo.

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