domingo, 10 de mayo de 2009

Para enriquecer el idioma

LA ISLA DE P


(a la memoria de Jules Supervielle y su Niña de Altamar).

Erase una vez una isla, donde un viento huracanado trastocó las cabezas. Empezó por las niñas, que se volvieron locas, corrían desaforadas por los campos, con gajos en las manos, esgrimidos como rayos arrasadores, gritando a degüello contra cuanta flor, hoja, botón a por abrirse, y ni hablar de las siemprevivas o las violetas acurrucadas debajo de su pánico. Las niñas eran un arrebato, aquellas largas cabelleras incendiadas al viento, se confundían con las llamaradas de sus lenguas que se proyectaban sibilantes mientras lanzaban su grito de guerra...

-¡...'ngaaa...!

Más atrás, pareciera que persiguiéndolas, pero más bien todo,lo contrario, los varoncitos, aun de calzones cortos, veloces en sus ciclos, con los ojos desaforados prendidos a las piedras del camino porvenir, secundaban el grito atronador...

-...inga, ...inga...!

De las ventanas y balcones de las casas, asomaban las vecinas, tirando sus tiestos de flores, hasta entonces rescatadas, y gritaban...

-...i ii...
i iinnng!

Mientras, en las aceras, los pregoneros exaltaban su mercancía única y flamante.

-gaaaaá....¡

Un viejo, atropellado al cruzar la calle sin auxilio, deglutó tímidamente :

-ing!

Meciéndose en sus comadritas, por los traspatiios, las abuelas tejían susurrantes, rezando bajito ... pppin... pppin, pppin... pppin...

En los hospitales y debajo de los árboles deshojados por el otoño, nacían miles de criaturas con las bocas abiertas en un primer alarido-reclamo

-¡GAAAAÁ....¡

Brotaban en los surcos las matas de pinga, el oleaje embravecido del mar rumoreteaba su gga-ggga-ggga, ggga ggga gggaaa, penetrando las ciudades. Los animales tomaban un volumen reptante en contorsiones prolongadas.

De las chimeneas de las panaderías, danzaban en el aire cursivas intentando escribir una palabra.

El huracán despobló las tendederas, vibrando al viento, como pentagramas sin notas.

Por breve tiempo, millares de enanitos abandonaron su afanosa tarea de socavar la plataforma de la isla, y se sumaron a la procesión, portando en andas el gigantesco ícono fálico, coronado de laureles y con su gorro encendido, hasta el centro de la planicie, entonando el gran coro gregoriano sobre variaciones múltiples de la sola palabra.

Una avioneta - de esas de "desde cuando..." -, surcó los cielos y escribió en el aire, con el humo que antes anunciaba coca-cola, el nombre abarcador y contundente de la isla.

Enrique Pineda Barnet
Julio 30 de l994

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