domingo, 10 de mayo de 2009

LA DELGADA FRONTERA

Mi niño no es precisamente un ángel, pero es esencialmente un niño manso –entiendo por manso que es amoroso-, si a veces ha sido pendenciero ha sido por mi culpa –la culpa de los padres que siempre pagan los menores-. Teóricamente le he enseñado buenos modales, pero más de una vez me ha sorprendido en alguna que otra discusión acalorada y se ha asombrado de mis desafueros.
Mi niño llegó un día de la escuela y estaba acongojado porque uno de sus condiscípulos le había golpeado.
Me preguntó qué debía hacer. Le expliqué que entre el castigo y la venganza hay una delgada frontera, y le
aconsejé que hablara con su amiguito y le explicara por las buenas que eso no se debe hacer.
Hablé con la maestra de mi niño, hablé con los padres del muchacho agresor.
Al día siguiente mi niño volvió golpeado. Le expliqué que entre el castigo y la venganza hay una delgada frontera, y le sugerí que si su condiscípulo lo iba a agredir, que se defendiera. El es un niño manso, pero lo manso también puede tener uñas, y a veces es necesario fabricarse las uñas para defender lo manso.
Al día siguiente mi niño vino con la cabeza partida y sangrando. El otro lo agredió a traición con una piedra.
Yo reaccioné con gran indignación. Mi niño me vio encolerizarme. Esa noche tuve un gran dolor de cabeza, mi niño sufría y era mi niño. ¿Cómo explicarle la delgada frontera entre la justicia y la venganza?
¿Debe uno tomarse la justicia por la propia mano? ¿Cómo ser consecuente con mi niño y a la vez enseñarlo a defenderse?
Al día siguiente intenté con esfuerzo.
-No va a haber próxima vez,- le dije. -Tu condiscípulo se merece un castigo, ve y devuélvele el golpe. -Y le entregué un bate de base ball.

-Pero es que los demás van a protegerlo. ¿Les caigo a golpes a los demás?

Estoy tratando de explicarle otra vez a mi niño la delgada frontera entre el castigo y la venganza.

Enrique Pineda Barnet
Septiembre del 2001

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