domingo, 10 de mayo de 2009

EL ESLABON

(Testimonio de 24 de diciembre de 1992)


Llegó tarde a la cadena, pero en seguida se convirtió en el último eslabón, naturalmente después de preguntar:

-¿Quién es el último?

Iba detrás de la señora que iba a marcar en la cola del puré de tomate y que iba detrás de una de blusa amarilla que tenía tres o cuatro delante y que había salido a la cola del periódico. Muy pronto llegó el siguiente.

-¿Usted es el último?-

Y él respondió que sí, aliviado, y le explicó al recién llegado con cara de cromagnon que él iba detrás de una señora de zapaticos de tela color mamey, la cual iba detrás de otra de blusa amarilla que iba detrás de tres o cuatro que habían marcado y volverían, y añadió:

-Yo no me voy, nada más que me voy a sentar ahí dentro -indicando tras la baranda de tubos de cañería inventados como barandas que cerraba los escalones hacia el anunciado "Comedor" con el cartel pintado como de huevo EL SOL DE CHULLIMA con un sol esplendoroso colgando del techo de zinc para dar paso a un grupo de mesitas de hierro con tapa de formica con algunas sillas, todas cojas, todas de hierro.

Y preguntó a la “compañera” que detrás del mostrador servía "jugo" de toronja con un cucharón en los vasitos plásticos color desecho-recuperación de plásticos múltiples.

-¿Me permite sentarme ahí?-y señaló hacia una de las sillas cojas y como la compañera accedió, se sentó en una

-Coja.

Y absorbió el humo completo del cigarro del viejo enano de las sandalias plásticas anaranjadas, que encorvado sobre una jaba de yute y la lata de chorizos vacía, fumaba desgastando su espera en su otra silla coja, y evitando la bocanada siguiente viró la cabeza al otro lado, aspirando entonces la sobaquina resuelta en su agresión olfativa de la cajera del mercado, apenas separada de él por la continuación de la baranda de tuberías. Y como la cabeza le hizo un rebote de rechazo y la cajera se dio cuenta de su salto, él, para disculparse, le preguntó:

-¿Quedan naranjas?-

Y la cajera ahora sin mirarlo y ácida como las naranjas que no quedaban le contestó:

-Nada más que tomates.

Y él insistió, por decir algo:

-¿Se terminaron las naranjas?

Y ella, que ya no volvió a registrarlo, levantó el brazo para rascarse el moño del pelo con el lápiz y volvió a sacudirlo con el aliento de su axila donde se habían podrido todas las naranjas y hasta los tomates.

En eso se desató un movimiento, un mulato fornido de camiseta enchumbada en tierra y otro raquítico boquiabierto como jaiba babeante, traían un caldero que alguien anunció:

-¡Llegó la caldosa.!!!

Y se revolvió EL SOL DE CHULLIMA, la Corte de los Milagros se frotó las manos y se dispusieron en perfecta fila: el enano de las sandalias naranjas, el Bobo de la Yuca, el Quemado remake de El Fantasma de la Opera en versión de Claude Rains, dos jóvenes de ganglios infl amado s y distróficos con granitos purulentos en la cara de acné pre-senil, una anciana con bigote como salida del filme (film, porque debía decirse película, si dices film es el mismo material pero en inglés, en español es película, celuloide). Un día después...y en fin, para mirar pasar la gran cazuela borboteante de líquido oscuro haciendo círculos humeantes y como en fermentación, y pensó: "El caldo podrido de los siboneyes" que tan bien describieran los diarios de los conquistadores. La Nueva Conquista le vino a la mente, y recordó que hacía rato que abandonaba su lugar en la cola de los tomates y se dirigió a ocuparlo, oyendo por el camino:

-Se acabó la naranja.

-Se acabó la yuca.

Y recordó a Catalina comprando su guayo -cuando le tocaba el guayo en la ferretería-.

-Nada más queda berro y tomate.

Y también se revolvió la cola bajo el sol de Chullima. No apareció la señora de la blusa amarilla ni la otra tan anunciada, pero sí la de los zapaticos color mamey y el cromagnon, tras él, con su quijada cerrada en su ceño duro y contraído cual la Amenaza Roja en el rin de lucha libre embistiendo al Chiclayano en aquellas noches vergonzantes de tanto tiempo atrás y preguntó:

-¿Ya estamos llegando?- como para anunciarse y para que lo recordaran. Porque ya la cola tras aquel eslabón había crecido y todos estaban familiarizados los unos con los otros, como si se conocieran de toda la vida contándose sus hazañas de colas y jabas y lugares "marcados" a donde debían acudir para obtener los turnos más variados.

Y cuando creía que lo habían olvidado, una mujer flaca y escrofulosa, de greñas teñidas de azafrán con rojo aseptil, lo señaló con su mano prieta y huesuda de uñas largas y sucias como la Bruja de Blanca nieves - cuando estaba sucia-, y espetó:

-Este es el perdido.

-¿Perdido yo?.-se pensó. Y con un gran sentimiento de culpa se situó en el breve espacio en que no estaba y ocupó su lugar de eslabón

-Perdido.

Lo señaló la cola entera.

La Habana, 24 de diciembre de l992.
Fotografía antropológica para recordar.

Enrique Pineda Barnet

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