Enrique Pineda Barnet y Verónica Lynn |
Por Amado del Pino.
Leo con alegría que nuestra gran actriz Verónica Lynn acaba de recibir la condición de Profesora de Mérito. La Universidad de las Artes -lindo nombre que se le está dando últimamente al ISA habanero, ese lugar en que estudiamos muchos de los que nos dedicamos a la creación artística- reconoció los aportes docentes de esta ejemplar mujer del teatro, la televisión y el cine nacionales.
El magisterio de Verónica va mucho más allá. Con su preciosa voz, su gesto suave, su continuidad tan natural, es de las personas con trato más fácil y agradable en nuestro ambiente artístico.
Bien pudo caer hace mucho rato en la tentación de vivir de las glorias pasadas. Dos títulos esenciales de nuestra dramaturgia como Aire frío, de Piñera, y Santa Camila de La Habana Vieja, de Brene, la tuvieron como protagonista de estreno. Verónica habla de esas y otras hazañas tempranas en algún aniversario o cuando le preguntan, pero lo suyo es la puesta en escena que ensaya, la película de la que acaba de recibir el guion.
De su trabajo en cine escojo esa primorosa caracterización en La bella del Alhambra, de Pineda Barnet. Para la mayoría, su nombre se asocia a telenovelas de éxito en diversas etapas. Sol de batey sería el botón de muestra para los que nos movemos ahora entre los cuarenta y los sesenta años.
Yo quiero evocar un ángulo menos recordado del trabajo de esta virtuosa actriz. Estoy pensando en aquel espacio, Teatro ICR, que fue la primera oportunidad de ver representados, con acceso masivo, grandes títulos de la literatura dramática universal.
Ya sé que no puede llamarse teatro, en puridad, a esas puestas en escena audiovisuales. La almendra de lo teatral está en el contacto irrepetible y directo entre la acción del escenario y su público. Ahora bien, esa suerte de dramaturgia filmada permitió que en los remotos pueblos del llamado interior o en los barrios habaneros sin tradición de asistencia a las salas teatrales entraran por la puerta Ibsen, Chejov o Miller.
En ese espacio -que en Cuba y en España, por decir dos países en que he escuchado la queja, se echa de menos- Verónica sobresalía especialmente. Juntaba ahí su gracia, su singular elegancia ante la cámara con la profundidad y el oficio que le otorgan su formación y el arduo entrenamiento sobre las tablas.
Antes de la llegada de la técnica del video esos espectáculos para la pequeña pantalla se hacían en vivo.
Tuve la suerte de compartir amistad y muchos recuerdos con el director de televisión Raúl Pérez Sánchez. Entre una risa y otra, antes de que alguien tocara a la puerta en su acogedora casa de la calle F, Raúl me contaba del mes de ensayos, de la tensión del día de la emisión. Después -evocaba el simpático y bastante olvidado realizador- había un ensayo “en seco”, uno con cámara… ¡y al aire!
Suelo encontrarme a Verónica cuando estoy en La Habana. No somos tan cercanos como para citarnos previamente. Lo que sucede es que -otro mérito que no abunda ni en su generación ni en ninguna otra- ella suele ir bastante a las funciones teatrales de sus colegas.
La próxima vez tal vez la felicite por su nueva distinción -ya atesora el Premio Nacional de Teatro y el de Televisión- o trataré de que recordemos juntos algunos de sus momentos brillantes en aquellos grandes textos que nos llegaban desde la pequeña pantalla. Sonreirá -¡qué sonrisa la suya!- y me comentará sobre un nuevo director, una idea que la ronda o una anécdota de alguien, o de algo inmediato, cercano, tangible.
Beatriz Valdés, Isabel Santos, Isabel Moreno, Verónica Lynn, Enrique Pineda Barnet y Carlos Barba Salva. Aniversario 20 de La Bella del Alhambra. La Habana 2009. |
Fuente: Cubacontemporánea
No hay comentarios:
Publicar un comentario