domingo, 10 de mayo de 2009

Un viejo abrazo joven

Como el olvido…


Sucede que ahora tengo un jardín -cuando ya están subastando mi casa-, me ha nacido un jardín, un jardín donde resumo cuanto tengo. Vive dentro de un bosque, como un oasis en el Paradiso, un largo camino ondulante lo atraviesa y culmina en el árbol gigante que roza los límites del muro cubierto de musgo y hiedra.

Pero el jardín es el jardín y es el centro, y tiene una fuente, más bien un manantial, fresco y cantarino de cristal, todo bañado por esa luz que no se sabe de dónde y lo inunda todo, tibieza que abriga y guarda.

Luz y fuente son los protagonistas del jardín -conmigo-. Y está rodeado de flores, que nunca se repiten y conviven, aunque son solitarias: rosas carnosas, margaritas abiertas, espigas erectas, crisantemos felices, marpacíficos, amapolas sensuales, calas, esterlilis, puros lirios del valle, adelfas venenosas, girasoles triunfantes…tímidos jazmines, siemprevivas, violetas, callados tulipanes, azucenas, mariposas fragantes, bocas de león, orquídeas, embelesos, campanas que enardecen, piscualas, platanillos, flores de mármol, cada una sin igual.

El jardín es circundado por un río donde a veces me devuelvo, tíbio y manso, nunca quieto –no es un lago-, que se mueve por dentro, de peces presentidos al solo roce con la piel. Y el río desemboca apasionado, en un recodo sobre afiladas rocas, que protegen el mar. -Mar profundo el del jardín-, mar que guarda hondo sus misterios, sirenas y dragones, delfines azulosos, monstruos devoradores por pasión.

El mar de mi jardín es infinito como interminable el bosque, no tiene diques, solamente un abismo que estalla en el vacío.

Qué decir de mi choza, en un abrigo semioculto del punto más elevado, rodeado de arboledas. Mi choza desde la cual se divisan las montañas que jamás podremos alcanzar. Mi choza de troncos duros y aromáticos de milenarios árboles derribados por las tempestades. Choza que no conoce puertas porque el bosque la transcurre –y más allá la brisa, que se duerme en los montes- . Tiene agujeros para las ventanas que nunca existieron pero asoman al universo de nubes -y detrás estrellas-.

Hay una sola ventanilla alta y estrecha –nada es perfecto-, pertenece al breve habitáculo callado y recogido de la choza, espacio reducido a una persona acurrucada, donde esconder la soledad para mirarse adentro.

La choza de mi jardín es para todos, porque mi lugar tiene muchas cosas y ninguna. Está vacío porque se le desprendieron para llenar con memorias la lisura de los tablones, encima, una esterilla acogedora y vegetal, es cobija de los sueños más codiciados.

Es muy hermoso mi jardín, en el que puedo sentarme a acariciarlo todo, bañarme cálidamente en el río, contemplar el horizonte cuajado de naranjas, sobre los juegos de las olas. Puedo correr entre los árboles y subirme en los montículos a cantar. Un zum zum vibra en giros sobre mi cabeza.

Nunca me da por asomarme sobre el muro. No tengo más allá.

En mi jardín está todo y para siempre y desde nunca. A veces soy semilla, a veces rama. El viento es solo un beso suave, o besos amontonados que recibo desde los rincones más insospechados. A veces soy solamente un perfume, algo que se ha fugado del jardín y se ha disuelto en alguna mirada.

Gracias a nada –y a todo-, he descubierto mi jardín.

septiembre 6 del 2005.
Enrique Pineda Barnet

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