miércoles, 20 de mayo de 2009

LA ANUNCIACION (2009), de Enrique Pineda Barnet

Querido Enrique:

Al fin pude ver tu “Anunciación”. Es, como sospechaba, una película muy distinta a la que vimos en el pasado mes de marzo en el Teatro Principal de Camaguey. Aquello no era tu película, sino una suerte de sombras chinescas que jugaba con el título de la cinta: algo así como el anuncio de “La anunciación”. Una especie de avance, con el inconveniente de que, más que fomentar el interés, podía despertar el malhumor.

En su momento la película me pareció demasiado densa. Ese arranque tremendo en el cual la fotografía y la banda sonora asumen los protagónicos para prometernos una atmósfera sobrecogedora a la par que poética, muy pronto se me diluyó porque el conflicto central tarda demasiado en concretarse, y mucho más en resolverse. Debo confesarte que todavía me sigue pareciendo densa (aunque no intrascendente, como intentan demostrarte las ideas que aquí te apunto). Tengo la impresión de que en algún momento el filme comenzó a prestarle más atención al magnetismo de los actores (que sabemos que son muy buenos), que al drama mismo, si bien hacia los finales se recupera el vigor para mostrarlo. Un drama terrible, Enrique. Un drama devastador que como cubano nunca terminaré de agradecerte que hayas tenido la valentía de explorar y mostrar en pantalla: el drama de nuestros propios diferendos. El drama de una familia desunida.

No lo llames vanidad, pero cuando vi la cinta en El Principal estuve a punto de exclamar que uno de los bocadillos iba conmigo. Después me dijiste que sí, que era un guiño. Hablo de esa sentencia que tanto nos gusta a ambos, y que decidiste incluir en el filme: “¿Por qué cuando alguien nos apunta con un dedo siempre hay tres que quedan mirando para él?”.
“La anunciación” es una cinta arriesgada. Pienso que es la primera en hablar con absoluta transparencia de algo que en algún momento tendrá que llegar: la posibilidad de una reconciliación nacional que permita a todos los cubanos de buena voluntad, aportar ideas que ayuden a mejorar esa sociedad que queremos. Una sociedad solidaria (sin necesidad de apellidos ideológicos), donde no se convierta en religión el “sálvese quien pueda” que ha puesto de moda la época.

Hasta ahora hemos tenido varias películas que hablan de la emigración: es decir, películas que hablan de cubanos que se van. Pero no recuerdo ninguna que haya decidido abordar con tanto desprejuicio el tema de la reconciliación: o lo que es lo mismo, que hablen de cubanos que se reencuentran después de vivir distanciados por las razones que sean. Antecedentes hay, desde luego, y curiosamente en los dos que me vienen a la cabeza, Verónica Lynn participa como actriz: uno es “Lejanía” (1985), de Jesús Díaz; el otro “Video de familia” (2001), de Humberto Padrón.
Es cierto que en “Lejanía” una mujer retorna a Cuba (y al hijo que en su momento abandonó) después de diez años de ausencia. Viene cargada de buenas intenciones que a veces confunde con obsequios materiales, pero todo se queda en eso: al final el personaje de Jorge Trinchet opta por marchar a Moa, y la posible reconciliación queda truncada. Algo mejor van las cosas en “Video de familia”, donde Verónica Lynn otra vez se ocupa del protagónico, convertida esta vez en una suerte de Matria irradiante a la par que aglutinante. Y a pesar de que el desenlace es más bien edificante, todavía no puede decirse que haya existido una reconciliación real: falta ver de qué modo reaccionaría el hijo ausente en un contexto que nunca será similar al que registra para él la cámara.

“La anunciación” se asoma a ese contexto real. Y lo hace como en lo personal me interesa: no apoyándose en un inventario interminable de anécdotas y frustraciones que solo serviría para prolongar hasta el infinito el resentimiento que ya conocemos, sino que nos hace notar que esa ausencia de entendimiento se podría comenzar a subsanar sobre la base de algo tan elemental como es el diálogo. Sabemos que sin diálogo nunca habrá puentes: solo paredes.

No soy incauto: no son las películas, ni los libros, los que propiciarán ese entendimiento social, pero es de agradecer las acciones que algunos intelectuales deciden asumir con ese fin. Es decir: me queda claro que una nación, por ser precisamente una nación, jamás alcanzará la ansiada concordia por decreto poético. Hasta ahora no conozco ningún sitio donde el individuo (y lo que más cercano le queda: la familia), no esté acosada por esos Poderes que desde fuera terminan minando su estabilidad. Más allá de los mitos de la libertad, la democracia, y otros tantos espejismos, se viva donde se viva, siempre persistirá el problema de la dignidad individual. ¿Será posible llegar a vivir en un sitio donde ningún poder (sea político, religioso, o económico) nos someta a esas jerarquías que marcan precisamente las diferencias que “La anunciación” propone enriquecer con el amor?

Creo que hay allí mucha tela por donde cortar, y lo que me seduce de tu película es que no le da la espalda a ese debate. Mientras algunos (aquí o allá) insisten en custodiar como principio una incomunicación que nos mantiene a todos en un mismo sitio, a ti te desvela la posibilidad de la reconciliación con el más cercano, que es decir, la reconciliación con uno mismo. Ámense por encima de las diferencias, nos dices, pero parecieras añadir que para amarnos de esa manera primero será imprescindible dejar de apuntar a los otros con un dedo. O al menos, tener en cuenta los tres dedos que siempre quedan mirando hacia nosotros.

En este sentido, ver tu película es como encontrar en medio de un inmenso desierto, una gota de agua que calma la sed de sutilezas. O que a mitad de esa conjura de ruidos donde todo el mundo grita y nadie se entera de nada, a alguien le de por imponer silencio y obligarnos a escuchar las razones de los otros: no a hablar de las nuestras, sino a escuchar la de los otros.

Algo de esto hemos conversado otras veces. ¿Recuerdas las preguntas que alguna vez te hice sobre la supuesta utilidad del arte como recurso crítico? ¿Sirve el arte para mejorarnos?, te pregunté desalentado ¿Sirve como herramienta que nos permite crecer o es solo cosa de egos? Entonces hablamos de la Crítica en sí, y su relación con la sociedad. Estuve de acuerdo contigo cuando me aseguraste que toda crítica, si aspira a ser eso y no simple retórica, siempre es destructiva, porque pretende alterar con sus señalamientos un determinado orden de cosas ya existente, y mejorarlo (lo cual me parece bien, por aquello que la dialéctica nos ha enseñado: nada es para siempre).

Por eso mismo una crítica que no tome en cuenta los matices, a mi juicio solo aspira a ocupar la silla del supuesto verdugo al que se opone. No destruye, sino que deja las cosas intactas, pues lo único que consigue es permutar de cancha. Al final, el juego y las reglas siguen siendo las mismas: solo cambian los nombres propios de vencedores y vencidos, pero la proporción sigue siendo idéntica. Más perdedores que gente temporalmente realizada.

Respeto el ejercicio de esa crítica, pero prefiero aquella que nos eleve, y que es la que ha permitido que el hombre conozca algo de Iluminismo (tampoco hay que exagerar el entusiasmo, porque barbarie no nos sigue faltando, y muchas veces con el respaldo de las racionales democracias). Prefiero la crítica que no me oculte que el mundo como está es un desastre, pero que al mismo tiempo sea capaz de sugerirme una salida, una alternativa. Que no nos invite al suicidio colectivo, o no nos anule la posibilidad de soñar que algún día estaremos en mejores condiciones.

Desde luego, ese tipo de crítica que llamo conciliatoria (no porque nos haga amigos, sino porque le concede respeto a los opuestos), está más cerca de lo divino que de lo humano. Siento que “La anunciación” intenta familiarizarnos con esa dimensión intelectual nada común, por eso no será la más popular de las películas cubanas (como sí lo fue tu formidable “La Bella del Alhambra”), pero en cambio, será la que quede en la memoria de este país como una de la que con más franqueza quiso hablar de una nación polarizada.

Volviendo a lo de la utilidad pública del arte, que no habría que confundir jamás con esos ruidosos reconocimientos que se acostumbran a entregar en pasarelas de dudosa perdurabilidad: he visto tu filme en medio de una relectura que hago de “Utopía y desencanto”, libro de Claudio Magris que muy bien podría convertirse en texto obligado para todos aquellos que aseguran defender el bien de la comunidad. Nos alerta Magris: “En todo escritor –y no solo en el esteta ordinario- serpentea la tentación que la tradición, tal vez injustamente, atribuye a Nerón, de preocuparse, cuando Roma arde, más de los versos que lloran el fuego y sus víctimas que de las propias víctimas y su dolor” (1).

A ese grupo de grandes creadores que van desde Platón hasta Kafka, que terminaron arrojando al fuego sus obras, convencidos de que el arte (con esos procesos colaterales que propicia la vanidad, la envidia mezquina, el protagonismo efímero) en verdad no salva, habría que añadir el nombre de Luis Buñuel, con aquella reflexión que tanto enardeció a los paladines de la pureza estética: “Si me propusieran quemar todas mis películas, lo haría sin pensarlo un momento. A mí no me interesa el arte, sino la gente”.

Eso mismo es lo que veo en “La anunciación”. Un desvelo tremendo por la gente más común. Quiero decir, por los seres de carne y hueso que a diario han de lidiar con la existencia. Que luchan. Que ganan. Que pierden. Que todavía en el suelo siguen luchando. Y que aspiran algún día a encontrar la concordia en medio de las diferencias.

Ya sé que esto último suena a utopía trasnochada. Incluso entiendo que existan personas a quienes esa palabra les provoque una franca antipatía, pero, para decirlo de esa manera hermosa en que comenta el asunto Atilio Jorge Caballero en su prólogo cubano al libro de Magris, “se trata aquí de vivir en la certidumbre de que la bacía del barbero no es el yelmo de Mambrino, como creía Don Quijote, pero sabiendo que sin esa búsqueda del Quijote el mundo estaría incompleto”
Gracias, Enrique, por pensar en los que todavía no se dan por muertos y sueñan que es posible mejorar alguna vez su suerte. Es verdad: el arte no nos salva, pero cuando se ocupa del dolor de la gente y de sus sueños, nos ayuda a mantenernos vivos, sin importarnos cuánta oscuridad reina a nuestro alrededor.

Te quiere,

Juan Antonio García Borrero


Nota: (1) Claudio Magris. “Utopía y desencanto. Historias, esperanzas e ilusiones de la modernidad”. Selección y traducción: Atilio Jorge Caballero. Reina del Mar Editores. Cienfuegos, Cuba, 2006, p 24.

PD: Otras entradas sobre “La anunciación” en el blog.
“La anunciación”, de Pineda Barnet, en Camaguey“Hoy, en el Teatro Principal, “La anunciación”“Mario Crespo sobre La anunciación”

Tomado del blog Cine cubano la Pupila insomne

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